La casa de abuelita

 



Tuve una infancia privilegiada, durante muchos años (deben haber sido unos 30 y tantos) cada fin de semana nos reuníamos en casa de mi abuelita Benita, mi madre y mis tías siempre se juntaban para preparar comida o bien cada quien llevaba la suya para compartir, de repente igual había chelas, casi siempre música, cantos, risas, a veces llantos y mucha, pero mucha comida.

Mi abuelita tuvo once hijos, imagínense cuantos primos éramos cada que nos juntábamos, llegábamos casi siempre desde la mañana y nos íbamos directo al patio de la casa de mi abuela que es enorme, esos típicos solares yucatecos, jugábamos de todo cuanto la imaginación nos daba, desde saltar una llanta, caza venado, palitos chinos, pesca pesca, busca busca, guerra de naranjas, y una infinidad de cosas más que escapan a mi memoria. Siempre había algún primo que lloraba, unos que se molestaban, pero nunca pasaba a más. Mis primos fueron mi primer gran escuela de la vida, con ellos descubrimos el valor del juego, de protegernos, de cuidarnos unos a otros, el valor intrínseco de la familia.

Mi infancia marco positivamente mi vida, esos largos años de asistir a cada reunión familiar de los sábados y a veces domingos, pero también de fechas especiales en vacaciones, la casa de mi abuelita era el centro de todo. Mi abuelita nunca fue muy cariñosa con nosotros, probablemente a que ella misma tuvo muchas carencias de todo tipo en su infancia, pero sobre todo afectivas. 

Sin embargo, hoy comprendo que la manera de demostrarnos su amor fue permitir que todo lo que describo haya sido posible, la recuerdo cocinando cantidades enormes de comida, regañando a los que no querían comer, ayudando en todo lo que podía mientras pudo. Mi abuelita Benita poseía una dureza de carácter infinita, jamás la vi llorar, dicen que ni cuando mi abuelo murió, esa dureza y aceptación de lo que le tocó vivir, que de niño me costaba mucho entender, ahora la admiro y porque no, desearía poder haber heredado un poco de eso.

Mi abuelita partió de este mundo un día después de mi cumpleaños número 43, ella tenía 95 años, tal vez solamente este ultimo año perdió algo de su lucidez, durante los últimos diez años tuvo muchos altibajos de salud, pero mostraba siempre chispazos de buen humor, que yo ignoraba que tuviera, siempre decía algún chascarrido, cada vez que pasaba a verla, me daba la impresión que su mente la mantuvo aferrada a este mundo, pero su cuerpo fue el que ya no pudo más.

Sé que se fue en paz, dormitó y no despertó. Yo solamente puedo agradecer que haya sido como fue y que, gracias a ella, mis hermanos y primos y muchas generaciones de nietos y bisnietos, tuvimos la oportunidad de vivir una hermosa infancia.

 Mi abuelita era una mujer de pocas palabras, tal vez no le hubiera gustado que yo escribiera esto, pero es mi manera de agradecer su existencia y paso por este mundo. Sé que esta en un lugar mejor con su esposo y sus hijos que se le adelantaron.

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